sábado, 4 de abril de 2009

Historias de mi puta mili 2.0 (locura)

No quieres caldo, toma dos tazas. No sólo no deseaba hacer la mili sino que me tocó en la marina, cuando todavía eran dieciocho meses de servicio militar.
Me tocaba el tercer reemplazo del 82 y pensé pedir una prórroga de unos meses para ir haciéndome a la idea, pero la deseché pensando que cuanto antes empezara antes terminaría. Luego supe que, si lo hubiera hecho, hubiera tenido un 70% de posibilidades de haberme embarcado en el Juan Sebastián Elcano y dar la vuelta al mundo. La frase “un buen principio prepara un buen futuro” se convertía en una cínica ironía en mi caso.

El periodo de instrucción lo realizaría en Cartagena. Al llegar, presenté al departamento médico los papeles de la ciática crónica y principio de hernia discal que me afectaba desde los 18 años. Mientras esperaba la respuesta inicié la instrucción militar donde me encontré que dos de los cabos de instrucción habían sido dos buenos compañeros míos en la escuela primaria. Allí empecé a comprobar cómo un uniforme cambia a la gente, porque no recibí ninguna ayuda por su parte. Sus iniciales eran R.E.F.B. y J.A.M. Nunca os olvidaré.
Finalmente me llamó el teniente de navío al mando del hospital militar. Y allí empezó todo. Sin ningún problema por su parte y al ver que no había espacio en la sala de traumatología “pensó” –cosa harto difícil en personajes con galones en los hombros- que, como la ciática lo produce un nervio, el mejor lugar para restablecerme y estudiar mi caso sería en el frenopático del hospital. Repito, no en neurología sino en el frenopático.
De pronto me encontré en una sala de unos cincuenta metros cuadrados, con cinco pares de literas frente a una pared donde las ventanas que daban a un patio estaban enrejadas. Mi litera estaba exactamente junto a una habitación acolchada y mis “compañeros” de habitación eran tres heroinómanos padeciendo el mono, un esquizofrénico con doble personalidad y dos alcohólicos. En ese infierno estuve viviendo quince días.
La mayor parte del día me sentaba en la litera, la espalda apoyada en la pared dejando que mi mente intentara estar en blanco mientras me taladraban los gritos de los drogadictos y de los alcohólicos o aguantando como el otro se bajaba los pantalones y se comía su propia mierda o la utilizaba como pintura en las paredes. El único ejercicio que realizaba era subir y bajar de la litera para ir al comedor –sala apartada de los otros comedores para que no “contagiáramos” a otros enfermos-, o para ir al lavabo, para lo que habías de solicitar permiso y soportar que alguien te acompañara en todo momento para que no tuvieras la “maravillosa” idea de suicidarte.
Quienes nos cuidaban eran monjas y al médico lo vi tan sólo dos veces; la primera cuando me sugirió el internamiento en esa sala, sin posibilidad de rechazar esa orden como es lógico, y la otra cuando una monja, tras confirmar lo que yo le suplicaba siempre que podía, le insistiera para que retomara mi caso y comprobara que mi internamiento en esa zona había sido un error.
Finalmente, un día me llamó a su despacho y, con la chulería habitual de los militares ofendidos porque le han demostrado que la ha cagado pero que, por encima de su cadáver asumiría su error, me dejó ir que mi imbecilidad había provocado que él no me hubiera entendido cuando le presenté mi caso y que si yo había estado encerrado durante dos semanas en un lugar no adecuado para mí era, totalmente por culpa de mi nula inteligencia en expresarme y porque –palabras casi textuales que nunca olvidaré-, “el ser zurdo y, además, catalán hacía que mi mente fuera demasiado compleja y rebuscada”.

Al salir de allí comprobé que me había perdido el desfile anual del ejército que, precisamente ese año, se había celebrado en la Diagonal de Barcelona, por lo que hubiera tenido la oportunidad de ver a mis padres y mis amigos. Ni eso.

Al menos, cuando sortearon los destinos definitivos me alegré al comprobar que me había tocado en la preciosa isla de Menorca. Qué iluso. Yo no sabía que salía de Guatemala para ir a Guatepeor. Pero esta es otra historia.

1 comentario:

  1. Yo soy de los que se lo paso bien en la Mili en los 70 de Zaragoza, tenia el pernocta vivia en un piso con otros tres saliamos un par de noches a la semana los sabados a BCN haciendo autostop ( 6 o 7 horas ) no habia autopista.

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