sábado, 18 de abril de 2009

Déjame entrar, entre el cine y la novela

Hace ya varios meses que leí la novela Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist. Reconozco que el motivo que me llevó a comprarla fue la fantástica campaña de marketing que había preparado la editorial que la publicó y, como uno es de marketing, pues eso, que la cabra tira al monte. La encontré apasionante; una de esas novelas de debes dejar de leer para dormir un poco pero que no puedes dormir porque deseas seguir leyendo. La historia de Oskar, el niño de doce años que vive en un suburbio de Estocolmo, con problemas de incontinencia urinaria, de inseguridad frente a los compañeros de clase y de inocencia ante los problemas de los adultos, que se transforma al conocer a Eli, una nueva vecina que aparece de pronto en mitad de la noche, que huele raro, nunca siente frío y de una palidez un tanto extraña. Déjame entrar es una novela de terror pero no es de vampiros al estilo de las sagas de Stephenie Meyer o Anne Rice, sino que da una vuelta más a la tuerca y presenta a los bebedores de sangre bajo otro prisma, mucho más original y escalofriantemente real. Poco después de leerla supe que estaban preparando una película basada en el libro. Temí lo peor, pero saber que su estreno se realizaría durante la última edición del Festival de Sitges y que, además, ganaba finalmente el Mélies de Oro en dicho certamen, me provocó un interés especial en que el día de su estreno llegara. Por fín he podido verla este fin de semana y todavía no sé qué pìenso de ella. El film de Tomas Alfredson, protagonizada por los niños Kare Hedebrandt y Lina Leandersson ha seguido al pie de la letra la trama de la novela, pero con la consabida decepción de que un libro tan intenso de 452 páginas es imposible que se vea reflejado en una película de dos horas en una pantalla. Olvida importantes situaciones que en el libro te llevan a leer de forma que necesitas pasar a la página siguiente, varios personajes son olvidados y otros son meras comparsas del guión cinematográfico. Tampoco niego que la elección del niño que hace de Oskar no es la que yo pensaba, conociendo los problemas que el Oskar literario tiene con su físico. No obstante, no puedo dejar de alabar al director de casting que elegió a la niña que hace de Eli. Cuando lees el libro, su imagen es tan difusa que no te haces una idea de cómo puede ser ella, pero la elegida, Lina Leandersson, tiene unos ojos, una mirada perturbadora y, a su vez creible. En definitiva, mucho mejor adentrarse en las líneas escritas por Lindsqvist que ver la película de Alfredson. Pero si te interesa ver el film, te recomiendo que la veas primero y lo leas después. Disfrutarás dos veces.

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