martes, 21 de abril de 2009

Historias de mi puta mili 4.0 (muerte)

El 20 de octubre de 1982 se produjo la rotura de la presa de Tous, hecho tristemente conocido como la pantanada de Tous. Cayeron lluvias torrenciales en el resto de la Comunidad Valenciana y Murcia provocando más de 30 muertos y daños materiales muy cuantiosos.
Uno de mis compañeros vivía en esa zona y se encontraba muy nervioso porque, tras múltiples llamadas telefónicas, no podía ponerse en contacto con sus padres. He de recordar que en esa época el móvil era todavía algo inexistente y todas las llamadas al exterior se realizaban a través de cabinas telefónicas.
Dos días más tarde, estábamos los dos en el cuerpo de guardia esperando que nos tocara el turno; yo entraría primero y, tres horas más tarde entraba él. Como a mí me tocaba a primera hora de la mañana, para poder tener después más tiempo para seguir intentando contactar con su pueblo, me pidió cambiármela y entrar él primero, a lo que accedí sin ningún problema.
Cuando él ya llevaba dos horas haciendo guardia, se oyó un estrépito en el muelle. Todos los de guardia y los que se encontraban cercanos a la zona fuimos corriendo para ver qué había ocurrido. Una gran plancha de acero había caído de una altura de unos diez metros sobre el pantalán y decían que había atrapado a alguien debajo. Esa plancha tenía que llevarse a otra zona y, para izarla se tenían que utilizar dos grúas. El teniente de navío que estaba al mando, un borracho empedernido, había decidido que dos grúas eran demasiado, que con una había suficiente. La grúa no pudo con el peso, cedió e hizo caer la plancha. Finalmente, y tras muchos esfuerzos, la plancha fue izada de nuevo y se encontraron dos cuerpos bajo ella, el brigada al que yo le escribía las cartas y mi compañero. Los dos habían muerto en el acto.

Aquella noche la pasé entera haciendo guardia en el depósito de cadáveres junto al lugar donde habían realizado la autopsia de mi compañero y del brigada. Sobre la losa todavía habían restos de sangre, pelos y algún que otro pedazo de material carnoso que no pude descifrar.
Y durante toda la noche no paré de pensar que
yo había vuelto a nacer.
Si mi compañero no me hubiera cambiado la guardia yo no estaría escribiendo este blog, ni estaría todavía con la piel de gallina mientras detallo ese hecho.
A partir de aquel día, mi “estancia” en el cuartel de Mahón cambió completamente y me convertí en una especie de zombie, anotando en una libreta los meses, semanas, días, horas, minutos y segundos que me quedaban por salir. Era lo primero que hacía al levantarme y lo último que miraba al acostarme, como una rutina. Las guardias se sucedían, conseguí que me trasladaran a la central telefónica –lo cual tenía sus ventajas, como que las guardias no las realizabas en el cuartel sino en la misma centralita, que se podía llamar a casa gratuitamente, que incluso podíamos cocinar algo en un pequeño hornillo y, de este modo, no ir al comedor del cuartel-, pero mi mente no era la misma.
A partir de aquel día, el odio me fue llenando y, aún hoy, me repelen los uniformes de cualquier tipo. ¿Qué ocurrió con el teniente de navío que tuvo la "fantástica" idea de la grúa? No le ocurrió nada. Sólo que se enamoró mucho más de la botella, pero siguió dando órdenes. Aunque una de las últimas órdenes que me dio fue en beneficio mío. Pero esta es otra historia.

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