jueves, 18 de abril de 2013

Mis pececitos doraos - Literatura: Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo

Joe Bonham es un joven soldado norteamericano terriblemente dañado durante la Primera Guerra Mundial que sobrevive sin brazos, sin piernas, sin rostro pero con la mente intacta. Confinado en una cama, intenta con todo lo que sus débiles fuerzas le permiten, contactar con los que le rodean para comunicar su lucidez, su dolor y su anhelo de terminar con su vida mientras, a través de flashbacks, conocemos su vida antes y durante la guerra, y su modo de autoconvencerse de su estado actual. 
La conmovedora, terrible y dramática historia de Johnny cogió su fusil se convirtió en la novela antisistema más popular de la era de Vietnam y fue llevada al cine por su propio autor, Dalton Trumbo, tras el fallido intento que fuera Luis Buñuel quien la llevara a la pantalla. Quien haya visto la película no creo que haya olvidado nunca la última escena de la película, una de las más impactantes, atroces, asfixiantes y duras que se hayan filmado en la historia del cine. 
Leí Johnny cogió su fusil durante un ventoso fin de semana en el delta del río Ter, frente al Mediterráneo, y su forma de escribir claustrofóbica, escrita en frases rápidas y casi sin signos de puntuación me dejó un regusto muy amargo. Pero no tanto como para no ir a ver la película en una de las sesion es dobles que preparaban en los cines de las galerías Maldà de Barcelona. La otra película era Apocalypse Now…, y las vi una semana antes de irme a la mili, una semana antes que la Patria me jodiera la vida durante un año y medio. 
¿Masoquismo? ¿Esquizofrenia paranoide? ¿Gilipollismo? Visto en perspectiva, nadie dudaría que yo ya estaba predispuesto a todo lo que me ocurrió posteriormente a las órdenes de militares ignorantes y fanáticos, pero siempre he sido un tanto radical ante mis miedos –por ejemplo, padezco de vértigo y consideré que, lo más oportuno para solucionarlo, sería hacer un salto en benji nocturno y, posteriormente, hacer parapente. Lo conseguí pero sigo padeciendo vértigo-. 
Al salir del cine recuerdo que me dirigí a las Ramblas, bajé hasta el puerto y, sentado en los escalones, dando la espalda al monumento a Colón, me puse a llorar como un crío, pensando si cruzar la frontera y declararme desertor o agarrar el toro por los cuernos y rematarlo con verónicas. 
Finalmente, ni deserté ni toreé sino que me torearon a mí. Pero eso ya lo expliqué en otros artículos. 
Pero una cosa sí puedo afirmar; la historia escrita y escenificada por Dalton Trumbo ha dejado huella en mi vida y en mi sueño de llegar a ser escritor.

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