sábado, 27 de abril de 2013

El imán y la brújula de Juan Ramón Biedma

En la Sevilla de 1926, Éctor Mena, un exprofesor de historia que se gana la vida gracias al pequeño contrabando tras cumplir condena por desertar de la guerra de Marruecos, es requerido para localizar dos películas que, junto a una tercera que acaba de salir al mercado negro, constituyen una trilogía filmada catorce años antes con los títulos Donatien, Alphonse y François, los tres nombres del marqués de Sade
Los responsables de las cintas, radicalmente transgresores –en una de ella se llega a rodar un asesinato-, eran siete jóvenes admiradores de cualquier forma de malditismo en el arte, pertenecientes a lo más alto de la sociedad de la época, hasta el punto que la propia casa del rey está interesada en su recuperación; para ello, además del propio Éctor, cuenta con la colaboración de un tal Piancastelli, un enigmático individuo capaz de realizar los más extraños prodigios. 
Pero hay otras fuerzas sobre el tablero. Un grupo de militares africanistas, conscientes del poder político que las películas les proporcionarían, están dispuestos a utilizar cualquier medio para conseguirlas. Buscándolas, Éctor, con la colaboración no del todo voluntaria de Séptima, sobrina de uno de los miembros del grupo que las realizó, tendrá que trasladarse y recorrer el Madrid de los años veinte y, al mismo tiempo que las rastrean, reconstruir la historia de cada integrante del grupo y contrastarla con su decadencia actual, desplazarse a lo largo de los más extremos márgenes sociales, recabar información de una extensa galería de personajes que reflejan el cambio de época que está experimentando el país y enfrentarse a los bandos que han terminado por hacer las películas una cuestión de estado. 
En paralelo, Jacinto Ortega. Nos parece un monstruo. Se dedica a degollar niños para extraer su sangre. Después sabremos que su hijo padece tuberculosis y que se ha descartado la posibilidad de curarle por cualquier medio convencional. 
Casi nada es lo que inicialmente nos parece. 

Opinión: Tras leer las primeras páginas de El imán y la brújula me posé admirado ante la grandeza, la riqueza y la belleza de vocabulario que Juan Ramón Biedma estaba utilizando y, con esa fascinación en mi mirada me adentré en la oscura historia de Éctor (sin hache), Séptima, Germán, Basilia, Nuncy y demás personajes –sin dejar de mencionar el de Jaime de Andrade, militar que firma sus artículos con el seudónimo de Francisco Franco-. 
Pero, como bien dice al final del resumen, nada es lo que inicialmente parece, y llega un punto invisible en el libro en que te desconectas, te ralentizas y la lectura se modula con tonos deseosos de terminar el libro, sólo saber cómo finaliza, pero sin ese interés inicial. Y empiezan las preguntas de “y por qué eso” y “por qué lo otro” –sobre todo, qué tiene que ver Jacinto Ortega en este libro, porque más me ha parecido la frustración de un relato inacabado pero introducido con calzador en este libro. 
Y, cuando cierras la última página, te relajas y comienzas a pensar en qué hay para cenar, o que serie hacen esta noche en televisión. 

Valoración personal (de 0 a 10): 6,7

No hay comentarios:

Publicar un comentario