viernes, 19 de abril de 2013

Mis pececitos doraos - Cine: Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet

Doce hombres reunidos en una sala para dirimir el futuro de un acusado. Doce hombres de edades, posición social y visión del mundo completamente diferentes discuten sobre si un joven hispano ha acuchillado a su padre durante una noche calurosa. Un jurado de doce hombres que, tras haber vivido la intensidad del juicio, deben adoptar una decisión por unanimidad sobre un veredicto de culpable o no culpable, indicándoles además que el veredicto de culpabilidad conllevará la sentencia de muerte. 
Once hombres ven culpable al acusado, pero un miembro, el jurado número 8, no lo ve tan claro y sembrará de dudas razonables la sala del jurado donde los encierran hasta que tengan el veredicto inapelable. 

¿Quién no ha visto la película o la obra de teatro? ¿Quién no se ha sentido fascinado por la obra escrita por Reginald Rose, autor igualmente del guion de la película, dirigida en el año 1957 por Sidney Lumet? ¿Quién no ha seguido los movimientos del jurado número 8 para deshilvanar la madeja de la que pende la vida de un chaval de los suburbios? ¿Quién no ha sentido vergüenza o rabia frente a las razones esgrimidas por diversos jurados –especialmente los números 3, 7 y 10-, blandiendo prejuicios racistas, de odio o de indiferencia hacia la vida de otros? 
Da lo mismo quien fuera el protagonista, si Henry Fonda o Jose María Rodero, si los malos de la película fueran José Bódalo o Lee J. Cobb; la realidad es que Doce hombres sin piedad es una de esas películas que atisbas unos cuantos fotogramas en la televisión y, aunque la hayas visto varias veces en el pasado, te hipnotiza de nuevo y la vuelves a ver, cojeando junto al protagonista cuando cuenta el tiempo transcurrido entre el apuñalamiento y la salida del vecino, o cuando se describe que la testigo visual llevaba la marca de unas gafas. 

Doce hombres sin piedad es de esas películas que te hacen agradecer a los hermanos Lumière que inventaran el cinematógrafo.

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