jueves, 5 de marzo de 2009

Siempre me quedará Virunga

Octubre de 1995. El genocidio de Ruanda de hutus y tutsis se había dado por finalizado un año antes, pero en la frontera entre Uganda y Zaire, situada cerca del Mgahinga National Park y paso obligatorio de la riada de camiones de la ONU –cargados de alimentos y medicamentos- que se dirigían a la próxima población de Goma, centro de los cientos de miles de refugiados que huyeron de la masacre en Ruanda, niños descalzos y desnutridos nos cambiaban billetes de 1 dólar por billetes de un valor impreso de 1.000.000 de la moneda de Zaire. Por si la guerra no había hecho ya bastante daño en esa región centroafricana, el presidente de Zaire era el dictador Mobutu Sese Seko –derrocado en 1997 por Laurent-Désiré Kabila cuya primera orden fue cambiar el nombre del país y rebautizarlo como República Democrática del Congo-. "Michel" era el nombre del gorila macho, el “espalda plateada” más famoso de la zona baja de los volcanes Virunga pero, pocos días antes de nuestra llegada, le habían cortado la cabeza y las manos, lo que produjo la huida general de su familia hacia el interior de la jungla. El ejército de Zaire culpaba a los ruandeses y éstos culpaban a aquellos. El hecho fue que la cabeza de "Michel" fue hallada a escasos metros de su inmenso cuerpo y las manos no se encontraron. Ese asesinato ocasionó que tan sólo quedara una sola familia de gorilas para poder ser visitada, una familia que ya había tenido un mayor contacto con los humanos. El problema era que sólo permitían que seis humanos la visitaran diariamente. Por este motivo, y por problemas burocráticos de papeleo y permisos que nos caducarían en pocos días, varios miembros de nuestro grupo, decidimos arriesgarnos a cruzar la frontera de Zaire con Ruanda a pie, y adentrarnos en la falda de los volcanes con la posibilidad de poder encontrar alguna familia de gorilas. Nos pusimos en marcha a las cinco de la mañana escoltados por tres soldados armados con kalashnikov, cantimploras repletas de agua, machetes para hacernos camino y algunos paquetes de galletas saladas. Tras algunas paradas de descanso, donde tuvimos alguna oportunidad de recobrar energías comiendo trozos de caña de azúcar recién cortados, llegamos a una zona idónea para plantar las tiendas de campaña y descansar para la caminata del día siguiente. Habíamos andado más de trece horas por unos paisajes maravillosos, desde mesetas inundadas por plantaciones de tabaco y caña de azúcar hasta zonas que, sin la ayuda de los machetes, hubieran sido impenetrables. A las siete del día siguiente ya estábamos en marcha. Penetrar en la jungla es una experiencia increíble, el sofocante calor, unido a la altísima humedad, hacía que tuviéramos que ir descansando cada pocos metros. Si a eso le unimos el hecho de que la caminata era en subida, más todavía. Alrededor de las ocho empezamos a encontrar recientes zonas de descanso de gorilas, grandes hojas de palma colocadas en el suelo como camas, pieles de frutas alrededor de ellas y cagadas secas. Por momentos habíamos de arrastrarnos por el suelo para poder pasar bajo la frondosa y entrelazada vegetación, lo que me provocó un ataque de hormigas rojas que me mordieron toda la zona del pecho y del estómago, ocasionándome un picor irresistible durante tres o cuatro días. Finalmente, alrededor de las nueve escuchamos ruido cerca de nosotros e, inesperadamente, dos gorilas muy jóvenes atravesaron la vía por la que íbamos. A partir de ese momento y durante una hora, nuestra sonrisa no dejó de iluminarnos la cara. Habíamos contactado con una familia de gorilas, seis o siete crías juguetonas, vivarachas y traviesas que no pararon de jugar alrededor nuestro y por encima de nosotros haciendo ejercicios acrobáticos en las ramas de los árboles mientras tres hembras los vigilaban de cerca; pero todos ellos siempre expectantes a lo que hacía el jefe de la familia, un enorme gorila “espalda plateada” que siempre se mantenía escondido pero con ojo avizor a cualquier menor movimiento que nosotros realizáramos. En uno de esos momentos, una de las hembras se sentó junto a mí, momento que Jordi plasmó en fotografía. Fue, y seguirá siendo una de las experiencias más mágicas, fascinantes, recordadas y emocionantes de mi vida. Alrededor de las diez y media, y con una decepción que se nos marcaba en el rostro, tuvimos que dejar que ellos siguieran su tranquila y pacífica vida ya que la autorización fronteriza con Uganda se nos terminaba al día siguiente. Ahora, en la lejanía de aquel fantástico octubre de 1995, sigo embobándome cuando veo algún programa de televisión donde aparecen los gorilas de montaña, esos orgullosos, imponentes y familiares animales, y maldigo con rabia a esos “humanos” que, por un puñado de monedas, asesinan gorilas para conseguir sus manos –que venden luego como ceniceros- y cabezas para disecarlas y exponerlas sobre una chimenea, y estén llevando a esa maravillosa especie al borde de la extinción. Actualmente sólo quedan 300 miembros. ¿Cuánto tiempo les queda en este mundo? El ser racional por excelencia tiene la palabra frente a esta vomitiva irracionalidad.

2 comentarios:

  1. Preciosa y mágica historia la de Virunga!!. Impresionante foto!!. Qué suerte qué tuviste de disfrutarlos!!. Por desgracia la situación no ha cambiado mucho desde entonces, mejor dicho ha empeorado. Lo conozco de cerca por mi trabajo. A ver si te cuelgo fotos de familias que aún quedan y seguimos, supongo que te gustará. Una vez más GRACIAS por compartir tus vivencias!!

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  2. Muchas gracias. Seguro que me gustarán las fotos que cuelgues, y convencido que me gustarán más si no lo haces como anónimo :)

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