lunes, 6 de mayo de 2013

La sangrante victoria de los cerdos (y perdón a los artiodáctilos)


La situación es jodida. Muy jodida. Rodeados de vencedores que lo único que han pretendido, desde que iniciaron sus victorias, es lucrarse con el mínimo dividendo de su propio sudor hasta el máximo divisor de sus cuentas corrientes, empujando sin rubor ni falsos perdones a todos los peones que se encontraban en su camino a base de ladrillos, alzamiento de cejas y sonrisas cínicas; encontrando mellizos tras mesas kilométricas y sillones insonoros que les proveían de todo el metálico posible a cambio de traicioneros contratos a gente que todavía creía en la amistad, en el vecino y en los consejos de quienes creían más capacitados que ellos; de hombres públicos con escasos conocimientos pero con grandes paladines del, desgraciadamente tan bien llamado, poder fáctico que regalaban carreras a cambio de futuros intereses cruentos, obviamente nunca en contra de ellos sino sobre los que toda su vida habían luchado con sangre, sudor y lágrimas por un mínimo espacio personal, un lugar en ese mundo duro y utópico en el que creían que vivían.

Pero la realidad duele, y más cuando las fuerzas menguan paulatinamente víctima de la edad, de los esfuerzos vitales, de las pesadillas hacia fantasmas burocráticos y hambres cercanas. Y quienes habían recibido el beneplácito de usar su dinero, esos a quienes les habían otorgado la potestad de prometerles sueños maravillosos y plataformas para la felicidad empezaron a remover ese dinero tan duramente conseguido en parcelas desconocidas para profanos, en primas vomitadas por los grandes de la banca para intentar tapar los múltiples agujeros que sus topos de economistas cum laude habían provocado con sus martingalas trajeadas y encorbatadas. Y el mundo que creyeron hermoso pero, sobre todo, real desapareció bajo sus pies como arenas movedizas, llevándose sus sonrisas, sus planes, sus apretones de manos, … y sus casas. 

Mientras tanto, esos políticos de mierda realizan transfusiones de veneno a la sanidad, intentar enseñar a leer con libros de hojas blancas, realizan verónicas y mandobles a quienes intentan emprender aventuras, coartan las libertades de los discapacitados, de los desvalidos, de los minusválidos y los sin-nada aumentándoles sus barreras, alzando los peligros y quitándoles sus redes de seguridad. Por el otro lado de la calle, una manifestación de católicos apostólicos y mamados llenan las aceras con proclamas a favor de la prohibición del aborto, de las parejas homosexuales y del uso de condones, proclamando a sus contrarios como seguidores del infierno, como apariciones salidas del averno, olvidando lo que, según su libro de cabecera, es la verdad absoluta e inalterable, que todos los humanos están hechos a una imagen y semejanza debiéndose amar los unos a los otros y asegurando que los más desfavorecidos serán los bienaventurados. 

Y lo más jodido es que la situación puede llegar a ser más jodida. Porque siguen mandando los mismos, porque siguen banqueando los mismos, porque siguen pontificando los mismos y porque los mismos siguen creyendo en sus mismos.

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