sábado, 17 de enero de 2009

Gambia - Verano 2008

El sol y el calor diurno, la lluvia perenne de noche. Belleza forestal infinita, arena de tonos rojizos, baobabs impresionantes, sonrisas de niños por el camino llamándonos "tubab" mientras nos piden las botellas de agua vacías para utilizarlas en sus interminables viajes desde sus poblados hasta las escuelas. Gambia en estado puro, con sus manglares, sus palmerales, su gente y su extraordinaria belleza.
Tras la bajada del avión, nos llevaron a nuestro hotel, el Ocean Bay, en Bakau, situado a escasos kilómetros de la capital de Gambia, Banjul. El hotel Ocean Bay se encuentras justo en la unión del río Gambia con el mar, en un arenoso remanso de paz acuática. Es un hotel bien cuidado con amplios jardines, entre los cuales se encuentran los bungalows de dos pisos donde se encuentran las diversas habitaciones. La llegada fue a una hora muy tardía y, como pudimos comprobar durante todo el viaje, tuvimos que correr hasta nuestras habitaciones por el diluvio universal que cayó en breves minutos.
Gambia es un pais muy especial, sobre todo si ya empezamos mirando un mapa del país, una franja de tierra estrecha bordeando el río Gambia y rodeado de otro país, Senegal. Por cierto, no tiene nada que ver la gente de Gambia con la de Senegal. Aquella sonríe pese a sus carencias, se siente orgullosa del crecimiento de su país. La gente senegalesa, por el contrario, parece estar demasiado conformada con la inutilidad de sus políticos e, incluso, su comportamiento corporal y sus caras desprenden ese pasotismo, indiferencia y acatamiento ante el hecho de que, su única lucha ya es tan sólo que el día de hoy sea como ayer, sin esperar que el de mañana sea mejor.
Hacia el interior de Gambia podemos encontrar lugares tan hermosos como el Bosque cultural de Makasutu, donde puede realizarse un exótico y atractivo recorrido en canoa por los manglares; Tendaba, junto al parque nacional Kyang West. Desde Lamin Lodge se puede tomar una embarcación que te lleva, a través de manglares y calas del río, hasta Denton Bridge, cerca de Banjul. En la propia embarcación te ofrecen una comida a base de arroz, sopa, pollo, todo riquísimo.
Vale la pena visitar el mercado de Banjul y, con constantes y agotadores regateos, intentar conseguir unas preciosas piezas talladas en madera, instrumentos musicales, collares o telas espectaculares pintadas a mano. También es espectacular visitar el mercado de la mayor ciudad de Gambia, Serrakunda, aunque este mercado es mucho más anárquico y es recomendable solicitar la ayuda de un guía para visitarlo.
Pero si hemos de quedarnos con algo del viaje a Gambia es su gente. Su amabilidad, su atracción hacia la posibilidad de ganar unos billetes pero -al contrario que en otros paises africanos-, siempre con la sonrisa en los labios, siempre con la frase "We're friends. No problems in Gambia. Friends" en su boca cuando intuyen que su presencia pueda dar lugar a malos entendidos. Y los niños. Los niños son un caso aparte porque se les ve y -más aún-, son felices. Conozco varios países africanos, pero nunca he visto tanta felicidad en los rostros, los ojos y las sonrisas como en los niños de Gambia. Llegar a un poblado del interior del país, tras un larguísimo recorrido a través de las polvorientas carreteras de Gambia, todas por asfaltar y llenas de unos profundos baches, y encontrarte con esas caritas esperándote y se te olvidan todas los cansancios. Gambia es un país muy recomendable para iniciarte en el África negra. Te hará enamorarte de ese continente y desear volver a ver sus cielos estrellados, sus cambios inesperados de clima, sus verdes tan verdes y sus marrones tan marrones, su fauna a veces inaccesible y sorprendente.
Quizas no hayamos vuelto con un sentimiento tan abierto hacia Senegal donde, lo único que nos impactó de todo lo que visitamos fue la isla Gorée, patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, a la que se llega en transbordador desde Dakar, la capital de Senegal. Y no solamente nos impactó por su historia de centro del esclavismo y las mansiones de los vendedores de esclavos sobre las mismas mazmorras y celdas donde la gente negra se hacinaba peor que animales para, tras su venta, ser embarcados directamente en las bodegas de las goletas hasta las Américas, sino por la belleza en sí de la isla, del orgullo de sus 1.200 habitantes frente al mundo, de sus edificios cuidados, de la calle de los pintores, del paisaje desde su cima de toda la costa de Dakar.
Con toda la sinceridad del mundo, no perderé el tiempo hablando de poblaciones como Kaolack, Toubacouta o Dakar. He visitado muchos poblados en todo el mundo pero no creo haber conocido nunca una población tan deprimente, sucia, estancada en su miseria y sin ningún interés en salir de ella como Kaolack, en Senegal. Un lugar que, por su entorno, podría ser una de las principales capitales turísticas del interior del país cuando, en realidad, es el ejemplo perfecto para describir la sinrazón del ser humano hacia su propio entorno diario de vida.
En definitiva, fueron diez dias intensos, llenos de fotografías visuales y sentimientos encontrados, de cansancio físico pero sin querer dejar de llenarte de las sensaciones diarias que nos inundaron.

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