martes, 18 de diciembre de 2012

Mis pececitos doraos - Literatura: Han matado un hombre, han roto un paisaje de Francisco Candel

En esta novela Francisco Candel nos sugiere, desde el título, el sentido elegíaco de esa impresionante obra poética, de eses epitafio que va a relatarnos. El hombre morirá. Y el paisaje recibirá el hachazo de una herida sangrante. Hombre y paisaje serán los protagonistas del relato, alternativamente, capítulo a capítulo. Trágicamente destinados ambos a la muerte, a la marginación, a la destrucción. 
A mitad de camino Candel nos sorprende con el canto enamorado a una barraca, a la barraca como símbolo de esa etapa lacerante de la vida del hombre y del paisaje suburbano. En el conjunto de la obra candeliana, es la novela que mejor retrata la amargura de una posguerra miserable. El contrapunto de la novela es, tal vez, ese cura que absuelve al protagonista en la hora del pan y del perdón. 

Tuve la gran oportunidad de conocer a Francisco Candel, a Paco, sentados los dos en las butacas situadas en la pequeña pero coqueta sala de estar, frente a ese luminoso balcón orientado hacia el paseo de la Zona Franca, orientado hacia la zona donde casi todos los personajes de sus novelas nacieron, vivieron, sufrieron, jodieron y la espicharon. Mientras su mujer preparaba una bandeja de pastas en la cocina, Paco me mostraba retazos de sus impresionantes pinturas en prosa –porque yo siempre seré de los que consideraré a Francisco Candel como un poeta sin métrica ni de contar sílabas, sino de frases de lágrima a mandíbula batiente o de risa con la curva de los labios hacia abajo. 

Mis ojos se iban hacia las remozadas calles entre la montaña de Montjuich y el río Llobregat, en Can Tunis, en el mismo sitio donde el mismo Paco se crió e inició sus pasos como cronista oficial del barrio, tal y como dejó bien claro en Donde la ciudad cambia su nombre, novela que no pocos problemas le produjo entre sus vecinos; tantos problemas que la unión de ellos le condujo a escribir Dios la que se armó
Y tras su más aclamada novela, Los otros catalanes, Francisco Candel creó al Grúa, y a su hijo, y a su madre, y a sus vecinos, y sus amores, y sus callos vitales, y sus insultos de pus, y sus cagadas. 

De vez en cuando, mi mano tomaba una pasta de la bandeja, mientras le comentaba la importancia que Han matado un hombre, han roto un paisaje tuvo en mi deseo de escribir algún día un libro, de cómo la vida del Gruica y todos los demás personajes de esa novela me llevó a viajes increíbles sin salir de mi habitación, sin otra luz que la de una bombilla en el flexo que se encontraba sobre la mesita de estudios, en el barrio donde yo nací, en la mal conocida como La Verneda, y más concretamente junto a la zona de la Perona, sucesora de la podredumbre, la miseria y de la mano larga que Francisco Candel, Paco para los amigos, conoció durante su infancia, durante su juventud. 
Y mientras su mujer le acariciaba la mano que reposaba sobre el brazo del sillón, vi que sus ojos penetraban en los míos y me hizo feliz. Porque, en ese momento, me sentí comprendido, animado y con unas ganas enormes de cumplir mi sueño de escribir.

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