viernes, 7 de diciembre de 2012

Mis pececitos doraos - Cine: El último tango en París

- Escucha,... quiero que nos miremos uno al otro... si. Es bonito no saber nada el uno del otro. 
- Si 
- Tú no tienes nombre y yo tampoco tengo nombre. No hay nombres. Aquí no tenemos nombre. 
- ¿Estás loco? 
- Es posible que lo esté pero no quiero saber nada de ti. No quiero saber donde vives, ni de donde eres. No quiero saber absolutamente nada de nada. ¿Me has comprendido? 
- Me asustas. 
- Nada. Tú y yo nos encontraremos aquí sin saber nada de lo que nos ocurra fuera, ¿de acuerdo? 
- Pero, ¿por qué? 
- Pues porque… aquí no hace falta saber nombre, no es necesario. ¿No lo comprendes? Venimos a olvidar, a olvidar todas las cosas, absolutamente todas. Olvidaremos a las personas, lo que sabemos, todo lo que hemos hecho. Vamos a olvidar donde vivimos, olvidarlo todo. 
- Yo no podré, ¿tú si? 
- No lo se. ¿Tienes miedo? 
- No. 

Este es uno de los pocos, pero increíbles diálogos entre Paul, norteamericano recién enviudado y Jeanne, veinteañera parisina y novia de un director amateur de cine. Este es uno de los infinitos excelentes momentos que posee esta película, dirigida por Bernardo Bertolucci e interpretada por Marlon Brando, Maria Schneider y Jean-Pierre Léaud. Y esta es la película que más veces he visto en mi vida y que, de vez en cuando, necesito volver a desempolvar el video y disfrutar de ella de nuevo. 
Dice la leyenda que el guion de la película era de un folio solamente, que todo se realizó con una sola cámara y que las escenas las iban preparando Bertolucci y Brando casi en el momento en que las filmaban. Un ejemplo de ello, fue la declaración que Maria Schneider hizo años más tarde, hablando de la famosa escena de la sodomización de Paul a Jeanne valiéndose de un poco de mantequilla, cuando declaró que la había sugerido el mismo Brando en el set de rodaje y que sus lágrimas durante dicha escena fueron reales.
Leyendas en el cine siempre ha habido y siempre habrán, pero lo que es cierto es que El último tango en París posee una de las escenas que más me han impactado en mi vida, y es el momento en que Marlon Brando, en un plano estático, se encuentra sentado junto al cuerpo presente de su mujer y se lanza a un monólogo de sentimientos que, en mi opinión, sería asignatura obligatoria para todos aquellos que deseen ser actor en el futuro. En pocos minutos, Brando pasa del silencio a los gritos, de los lloros a los odios, de las palabras de amor a los insultos, del desespero a la liberación. Es una escena cruda en todo su significado, una escena que te transporta a la mente misma del personaje, desde pasadizos endiablados y camisas de fuerza hasta el final donde Marlon Paul Brando, con sus últimas fuerzas, adhiere bajo la baranda del balcón el chicle que había estado mascando, mientras la increíble música de Gato Barbieri te arrastra hasta un lugar lejano de la realidad que te envuelve. 
No comentaré nada de las personas que consideraron, y consideran, El último tango en París una simple película erótica. También la Venus de Milo y La maja desnuda, entre tantos otros ejemplos, fueron consideradas eróticas en su día y ahora están catalogadas como obras maestras del arte.

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