miércoles, 12 de abril de 2017

La ley de los justos de Chufo Llorens

En la Barcelona modernista germina una historia de amor entre dos jóvenes de clases sociales opuestas. A finales del siglo XIX, Barcelona vive una época de esplendor. Acaba de celebrarse con gran éxito la Exposición Universal y una burguesía próspera y culta, que busca inspiración en los salones parisinos, exhibe su elegancia en fiestas y veladas musicales. Pero al otro lado de la ciudad, donde las calles se estrechan y huelen a pobreza, el rencor y la injusticia están fraguando una revolución capaz de recurrir a la violencia más descarnada. En este ambiente cargado de desconfianza y temor, Candela y Juan Pedro, procedentes de clases sociales muy distintas, tendrán que enfrentarse a los prejuicios de unos y otros para defender su amor. Chufo Llorens teje un tapiz geográfico y humano apasionante. Su pluma ágil y perspicaz nos conduce desde los lujosos reservados del teatro del Liceo hasta los lóbregos sótanos donde se tramaban las conjuras anarquistas. Obreros agraviados, herederos indolentes, mujeres de mala vida e indianos con fortuna se mezclan en este retrato colorido y veraz de una Barcelona luminosa y moderna, pero también agitada y peligrosa.

Opinión: Chufo Llorens me había impresionado con sus novelas Te daré la tierra y Mar de fuego, dos novelas históricas de la Barcelona del siglo XI, y con La ley de los justos quise volver a adentrarme en la épica de una Barcelona convulsa, esta vez ambientada en el siglo XIX, y deseando que los personajes de esta novela tuvieran la misma consistencia e impostura que las novelas precedentes.
Y tras su lectura, debo reconocer que el retrato político, social y urbano de la Barcelona post Exposición Universal es hiperrealista, que algunos personajes –repito, algunos-, tienen una verosimilitud casi vecinal, pero debo decir que, en su conjunto, me ha dado la sensación de haber leído una historia folletinesca de más de mil páginas, no una novela histórica. De hecho, la he leído como si la hubieran publicado en fascículos, es decir, leía unos cuantos capítulos, la dejaba para leer otra novela, volvía a ella para leer algunos capítulos más, descansaba con otra novela, y así durante tres meses. Lo siento, me cansaba de leerla y me hartaba la reiteración continua de la explicación de hechos ya relatados con anterioridad, como si el escritor pensara que el lector lo había olvidado y necesitaba que le refrescara la memoria.

Valoración personal (de 0 a 10): 6,8

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