miércoles, 5 de febrero de 2014

Prólogo de "El pañuelo es un mundo"

Aqualung, my friend, 
don’t start away uneasy, 
you, poor old sod, 
you see it’s only me.(1) 
 “Aqualung” – Jethro Tull 

Durante el franquismo, la actual avenida del Paralelo de Barcelona se había llamado avenida del Marqués del Duero en recuerdo de Manuel Gutiérrez Irigoyen, capitán general de Cataluña que, entre los años 1846 y 1849 terminó con el levantamiento popular de los matiners, esto es, de los que deseaban que Isabel II se casara con el pretendiente carlista Carlos Luis de Borbón. No obstante, como a los habitantes de Barcelona el mencionado marqués les traía sin cuidado, esa avenida siguió conociéndose como el Paralelo. Y es que la avenida del Paralelo realmente sigue el paralelo terrestre 41 grados 22 minutos y 33 segundos Norte. 
La avenida Meridiana, la cual se proyectó durante la década de los 60 por Antonio Montes, se alinea con el meridiano 2 grados 13 minutos y 45,38 al Este de Greenwich. 
A finales del siglo XVIII, los franceses Pierre-François Méchain y Jean-Baptiste Délambre utilizaron el meridiano que pasa por Barcelona, París y Dunquerque para poder establecer la medida exacta del metro-patrón y crear el sistema métrico decimal que utilizamos actualmente. 
Aunque al pobre Juan Carlos Pedraza, alias el Chota, los paralelos y los meridianos siempre le habían importado un huevo y parte del otro, y mucho menos durante aquella fatídica noche en que un tipo entró en el cajero de la oficina de la Caixa, ubicada en el número trece de la avenida del Paralelo, se le acercó por la espalda y llevó a Juan Carlos Pedraza a despejarse instantáneamente del perpetuo sopor etílico que le acompañaba a todas horas. El Chota estaba intentando girarse para ver la cara del que le susurraba cerca del oído palabras inconexas cuando una mano aprisionó su muñeca causándole un intenso dolor. Mientras su atribulada mente intentaba comprender qué estaba ocurriendo, reparó en otra mano que sostenía una navaja automática. En el interior del cajero automático, el mismo habitáculo que el Chota utilizaba como refugio nocturno varias noches al mes, Juan Carlos Pedraza sólo tuvo tiempo de percibir un penetrante y agudo dolor que lo ahogaba y le cortaba la respiración de cuajo. Se llevó las manos al pecho, unos centímetros por debajo de su tetilla izquierda, y observó cómo varios hilillos de sangre se escurrían entre los dedos.
- Qué coj... 
Estas fueron las últimas palabras, mejor dicho la última palabra y media que el Chota pronunció en su desgraciada vida. 
Aunque, a decir verdad, nunca fue un tipo de muchas palabras. 
La vida de Juan Carlos Pedraza, alias el Chota, habría sido digna de ser escrita e, incluso, digna de ser llevada al cine, pero como la dignidad era un sustantivo que no se habría acercado ni por asomo al Chota, una posible obra maestra de la degeneración cinematográfica murió con él, entre las cajas de Rondel y de Font Vella que le sirvieron de cama, de manta y, por último, de caja mortuoria. 
Pero dejemos ya de hablar de Juan Carlos Pedraza. De hecho ni su muerte fue importante. Mira tú por dónde que su asesino se había equivocado de hombre y había clavado una puñalada a la persona que no era. Si le hubieran preguntado al homicida por qué había matado al Chota, él habría respondido que lo había confundido con Carlos Charly Turín, que la muerte del Chota había sido tan sólo un error de apreciación y que por la noche todos los gatos son pardos. 
Y es que cuando uno pisa mierda... 
El Chota vestía de negro, era guapo y con unos rasgos demasiado parecidos al Charly. Si el de la navaja hubiera conocido a la ex mujer del Chota, seguro que no se hubiera equivocado de tipo, porque al Charly las mujeres le gustaban guapas y putas. 

Ernesta Cifuentes, llamada la Mojá y ex mujer del Chota, nunca fue guapa. Puta sí, pero que nadie se atreviera a decírselo a la cara. Ella siempre consideró que su trabajo era lo más parecido a un servisio a la comunidá y que si no tenía estudios no había sido por culpa de ella, sino por culpa de esos padres a los que nunca había conocido. A la tierna edad de seis meses fue dejada frente al portal de la Casa de la Maternidad y Expósitos del barrio barcelonés de Les Corts, envuelta en varias hojas de El Noticiero Universal y con un cordelito alrededor del cuello sosteniendo un papel donde se podía leer: “Se yama Ernesta Cifuentes. No puedo cuidala mas por lo que ruego sus señoria lo agan por mi”. A los cinco años fue adoptada por un matrimonio del barrio del Buen Pastor que la utilizó como criada en labores domésticas y mula de carga en su negocio de chatarra hasta que, tras cumplir los dieciséis años decidió que estaba hasta los ovarios de sus putos padres putativos y se largó con un feriante. A los diecisiete conoció al Chota en las fiestas de Gracia un sábado por la noche cuando le vendió un puñado de fichas para los autochoques, quedándose prendada de su sonrisa de artista de cine. Un domingo por la mañana, Ernesta dejaba al feriante y se iba a vivir al mismo edificio que Juan Carlos con el deseo húmedo de estar alguna vez entre sus brazos. Tres meses más tarde ya vivía con el Chota y, al día siguiente de cumplir los dieciocho comenzaba su carrera de servicios. A los veinte se hartó del cinto y de las hostias del Chota –sobre todo cuando una de las palizas le provocó un aborto-, a los veintidós cogió por primera y única vez en su vida una enfermedad venérea, fruto de un aquí te pillo aquí te mato en la esquina del cementerio de Les Corts con un coronel retirado del ejército, cliente cotidiano de los favores sexuales ofrecidos por varias jovencitas de color junto a la Estació del Nord y que, precisamente ese día, había decidido cambiar de aires e irse a la zona cercana al Nou Camp, llevando con él un persistente, irritante y doloroso picor en la entrepierna. 
Semanas más tarde, la infección en el bajo vientre de Ernesta Cifuentes empeoró y fue a urgencias del Hospital de San Pablo donde, por causas un tanto extrañas, agredió al médico que la atendió, lo que la llevó a realizar una obligada visita turística por la ciudad en el interior de un furgón policial hasta el centro de Wad-Ras. Esa sigue siendo su dirección actual. 

Juan Carlos Pedraza el Chota era enterrado en la fosa común del cementerio de Montjuich durante una apacible mañana del primer domingo del primer septiembre del siglo veintiuno. En ese mismo instante, Carlos Charly Turín levantaba la persiana del dormitorio principal de su ático y, tras una breve ojeada al magnífico panorama que se le ofrecía desde la ventana, giró la cabeza hacia su cama para disfrutar de la preciosa imagen de un cuerpo femenino desnudo y parcialmente cubierto por los pliegues de unas sedosas sábanas negras.

(1) Aqualung, amigo mío / no empieces a inquietarte / tú, pobre viejo diablo / ya ves, soy sólo yo.

2 comentarios:

  1. He leido el prólogo y me ha parecido corto!!!me ha hecho mucha grácia cuando describes q la dejaron envuelta en hojas del Noticiero Universal, mi padre trabajó alli, era el jefe de imprenta hasta q este cerró sus puertas. Una interesante lectura, ten por seguro q seré una de las q lo leerán.Suerte.

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  2. Muchas gracias por tu comentario y por los ánimos :-)

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