miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cincuenta años tengo, mi amor

Pues no, no los aparento ni los quiero aparentar.
Porque yo soy el primer sorprendido que un tipo que sigue creyendo que Peter Pan puede haber existido, que sigue haciendo las mismas gansadas de siempre, que la música que le gusta escuchar no es tan sólo la de los 70 u 80 sino la de los últimos cinco años, que disfruta con un cómic como si fuera el primero que leyera, que se sigue comiendo las uñas y las pieles durante los ataques nerviosos como si estuviera frente a un examen de bachillerato, que disfruta con las bromas y las tonteridas, que sigue sin ver el mundo en blanco y negro sino con más tonalidades que antes si cabe, que se emociona cuando falta poco para quedar con los amigos, que las neuronas sexuales se le siguen enloqueciendo a diario cuando ve a su pareja salir de la ducha, que persiste la electricidad en sus manos cuando la excitación ante la posibilidad de vivir algo inhabitual se acerca, que se emociona frente a los documentales de viajes y naturaleza soñando que, algún día, él será el que esté allí, que piensa que las visitas a países cercanos ya los realizará cuando mee Calisay porque ahora sigue teniendo valor, fuerza y coraje para las aventuras y que sigue con entusiasmo el parto del libro que lleva escribiendo desde hace diez años como si tuviera veinte; pues que debería estar prohibido que a un tipo así, en su documentación constara que tiene cincuenta años, joder.

Mi mente no tiene cincuenta años. Mi sonrisa, mi piel, mi fuerza, mis ganas, mi ilusión, mi compromiso, mi energía, mi magia no tiene cincuenta años a pesar que mis piernas, mi lumbago, mi vista, mis flatulencias, mis articulaciones, mis manos, mis dedos, mi pelo canoso y mis arrugas quieran demostrarme lo contrario, especialmente a primera hora del día y a última de la noche.

Pero yo seguiré en la lucha; y como siempre he pensado que el cuerpo es una maravillosa unión de estados independientes regidos –o eso, cree él-, por el cerebro, yo también seguiré siendo un iluso creyendo que yo domino mi mente, por lo que puedo dominar mi cuerpo.

Y me quedo tan tranquilo. 

Hasta el próximo achuchón.

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