En la Barcelona modernista germina una historia de amor
entre dos jóvenes de clases sociales opuestas. A finales del siglo XIX,
Barcelona vive una época de esplendor. Acaba de celebrarse con gran éxito la
Exposición Universal y una burguesía próspera y culta, que busca inspiración en
los salones parisinos, exhibe su elegancia en fiestas y veladas musicales. Pero
al otro lado de la ciudad, donde las calles se estrechan y huelen a pobreza, el
rencor y la injusticia están fraguando una revolución capaz de recurrir a la
violencia más descarnada. En este ambiente cargado de desconfianza y temor,
Candela y Juan Pedro, procedentes de clases sociales muy distintas, tendrán que
enfrentarse a los prejuicios de unos y otros para defender su amor. Chufo Llorens
teje un tapiz geográfico y humano apasionante. Su pluma ágil y perspicaz nos
conduce desde los lujosos reservados del teatro del Liceo hasta los lóbregos
sótanos donde se tramaban las conjuras anarquistas. Obreros agraviados,
herederos indolentes, mujeres de mala vida e indianos con fortuna se mezclan en
este retrato colorido y veraz de una Barcelona luminosa y moderna, pero también
agitada y peligrosa.
Opinión: Chufo Llorens me
había impresionado con sus novelas Te daré la tierra y Mar de fuego, dos novelas
históricas de la Barcelona del siglo XI, y con La ley de los justos quise
volver a adentrarme en la épica de una Barcelona convulsa, esta vez ambientada
en el siglo XIX, y deseando que los personajes de esta novela tuvieran la misma
consistencia e impostura que las novelas precedentes.
Y tras su lectura, debo reconocer que el
retrato político, social y urbano de la Barcelona post Exposición Universal es
hiperrealista, que algunos personajes –repito, algunos-, tienen una
verosimilitud casi vecinal, pero debo decir que, en su conjunto, me ha dado la
sensación de haber leído una historia folletinesca de más de mil páginas, no
una novela histórica. De hecho, la he leído como si la hubieran
publicado en fascículos, es decir, leía unos cuantos capítulos, la dejaba para
leer otra novela, volvía a ella para leer algunos capítulos más, descansaba con
otra novela, y así durante tres meses. Lo siento, me cansaba de leerla y me
hartaba la reiteración continua de la explicación de hechos ya relatados con
anterioridad, como si el escritor pensara que el lector lo había olvidado y
necesitaba que le refrescara la memoria.
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