Alto, corpulento, con barba y melena, sombrero de ala
ancha y botas de cowboy, el texano Roy Cody lleva unos años ejerciendo de matón
profesional en Nueva Orleans. Roy es
un tipo tranquilo, comprensivo, capaz de ver el lado filosófico de las cosas,
lo cual no le impide ser implacable cuando la ocasión lo requiere. Pero su vida
da un giro radical el día que le diagnostican un cáncer avanzado. De pronto,
sus puntos de referencia se trastocan, y el relieve de la realidad cobra una
nueva dimensión. Ante la sospecha de que su jefe, el poderoso extorsionador
Stan Ptitko, quiere quitárselo de encima, Roy se despoja de sus ataduras e
inicia una frenética carrera hacia un horizonte desconocido, donde su encuentro
fortuito con una joven desamparada le brindará, tal vez, la ocasión de darle un
nuevo sentido a su existencia.
Con una historia trepidante, ambientada en paisajes
desolados y protagonizada por personajes que huyen pese a saberse condenados,
antihéroes que lo han perdido todo excepto la dignidad, Galveston es el debut como novelista de Nic Pizzolato.
Opinión: Decidí comprarme
la novela sólo con ver quien la escribía, Nic
Pizzolato, el creador de la fantástica serie televisiva True Detective. Ya sé, que la primera
temporada fue muchísimo mejor que la segunda, que el dúo interpretativo de Matthew McConaughey y Woody Harrelson superaba con creces el
formado por Colin Farrell y Vince Vaughn, pero, digan lo que digan,
la segunda temporada tenía un guion de la hostia, a pesar que fue escrita y
realizada bajo presión de la cadena HBO.
La novela me atrapó como la serie, desde el
inicio. Los personajes de Roy y Rocky, la relación que se establece entre ellos
casi en plan road movie, teniendo
siempre presente la enfermedad de él; Tiff, la niña de cuatro años, Stan,
Carmen,…, como un elenco estelar de primeras figuras en un TV serie, Galveston avanza sin cortes de cámara ni
montajes al uso por una carretera cubierta de accidentes vitales, de moscas
aplastadas en el cristal delantero del automóvil y de cenicero repleto de
colillas nauseabundas, pero con la ventanilla bajada y la música sonando por
los altavoces, en una comunión íntima y dura entre el bien y el mal.
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