James
Murray
es un artista de sonido electroacústico con sede en Londres, productor y multiinstrumentista. Sus producciones
entrelazan elementos de electronica, downtempo,
jazz y dub en exploraciones emotivas de cómo interactúan lo orgánico y lo
electrónico y donde sus composiciones se unifican
por un toque ligero y una firme paleta sonora que frecuentemente
incluye la guitarra tratada, el piano y la electrónica procesada. Murray es
conocido por sus trabajos en solitario, remixes
y lanzamientos hechos a mano de Slowcraft
Records, su propio sello discográfico.
Yo sigo a este músico desde sus inicios en solitario
cuando editó Where edges meet en el
2008, y tras algunos otros trabajos como Floods,
The land bridge, Mount view o Loss,
algunos de los cuales me llevaron un poco a pensar en abandonar su seguimiento,
volvió a mostrarme su sello inconfundible con sus últimos trabajos, The sea in the sky y, especialmente, del
que quiero tratar hoy, Eyes to the height,
editado el año pasado.
Desde un principio reconozco que no es un artista de
masas, muy al contrario, es un artista que desarrolla una intimidad difícil de aceptar,
pero cuando escuchas temas como What can
be done, Ghostwalking o el
bellísimo tema que da título al álbum, te demuestra que puede penetrarte muy
profundamente y que su música –aunque sería mejor describirlo como sus
creaciones de ambientes- es una compañera ideal para aquellos momentos de
interioridad, de individualismo, de sustancia, esos momentos que uno necesita
para sentirse bien consigo mismo y aislarse del mundanal ruido.
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