Centro de Boston, 24 de diciembre, un hombre camina desnudo con la cabeza
decapitada de una joven. El doctor Jenkins, director del centro psiquiátrico de
la ciudad, y Stella Hyden, agente de perfiles del FBI, se adentrarán en una
investigación que pondrá en juego sus vidas, su concepción de la cordura y que
los llevará hasta unos sucesos fortuitos ocurridos en el misterioso pueblo de Salt Lake diecisiete años atrás.
Opinión: Este libro me ha
impactado por varios motivos, y muy diferentes el uno del otro. Por un lado, su
inicio es hipnótico, feroz y suficientemente embriagador como para seguir
leyendo. El argumento es muy preciso, absorbente y fácil de seguir, a pesar de
las serpenteantes curvas que te vas encontrando por el camino, aunque la gran
mayoría de ellas poseen unos buenos peraltes y son manejables. Los personajes
están, más o menos bien elaborados, con unas raíces bien trenzadas y muy bien
interconectados.
Pero…
Ese puñetero pero que fastidia en según qué
ocasiones y que no te permite disfrutar al cien por cien de un libro, de un
proyecto discográfico, de una ciudad, de una representación teatral y que,
algunas veces no sabes el motivo ni la razón concreta que te lo frustra.
Pero, esta vez, he conseguido encontrarlo.
El
día que se perdió la cordura es una novela original, sorprendente y muy
aconsejable, pero con unos diálogos que, en bastantes ocasiones, no están a la
altura, ni de la trama ni de los personajes que los realizan. Honestamente, hay
situaciones que las frases que se mencionan, o conversaciones llevadas por dos
o más personajes son: a) al nivel de preescolar o, b) tan profundo, surrealista
y absurdo que, piensas que las ha escrito el guionista de el quinto milenio; no el del cuarto milenio, que quedaría como un
parvulito a su lado.
A pesar de ello, no escatimo elogios hacia
la novela de Javier Castillo pero, a
diferencia de otras ocasiones que lo he mencionado a propósito, todavía no sé
si leeré la siguiente novela escrita por el autor.
Valoración
personal (de 0 a 10): 8
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