Cuatro años después de la
publicación de El afinador de pianos
—notable éxito de ventas en castellano y ganador del Premio Euskadi de Plata 2004—, Daniel
Mason vuelve a hacer gala de su gran talento de narrador con esta
inquietante novela sobre una joven de catorce años que emprende un viaje en
busca de su hermano a través de un vasto país sin nombre. Isabel ha crecido en
una mísera población del interior cuyos habitantes malviven de las plantaciones
de caña de azúcar. Son gente acostumbrada a las privaciones y apegada
inexplicablemente a una tierra inhóspita y mezquina. Cuando arrecia la sequía,
Isaías, hermano mayor de Isabel, se une al masivo éxodo hacia las ciudades del
sur, donde confía en ganarse la vida como músico. Poco tiempo después, Isabel
se verá obligada a abandonarlo todo y seguir los pasos de Isaías, pero cuando
llega finalmente a su destino le pierde el rastro. Sin embargo, haciendo acopio
de las fuerzas que le otorga su inquebrantable esperanza, Isabel se sumerge en
el corazón de la gran ciudad decidida a encontrar a su hermano.
Opinión:
Leí El afinador de pianos en el 2012
y me impactó, me impactó mucho, y le di una valoración de 8,9, la más alta que
di aquel año en concreto. Obviamente, mi interés por leer la siguiente novela
escrita por Daniel Mason era
bastante considerable… y, para decirlo con diplomacia, ¡qué dura ha sido la
caída!
Un
país lejano es una novela cuyo argumento daba más
interés a su lectura, pero nunca podía imaginarme que el mismo autor que me
encandiló en El afinador de pianos
pudiera defraudarme tanto de una novela a otra porque, seamos sinceros, Un país lejano es una novela insulsa,
literariamente pegajosa, emocionalmente adormidera, ambientalmente desértica,
con personajes tan artificiales, insubstanciales, monótonos e inconsistentes
que el paso de las páginas se convertía en una tortura dolorosa, demasiado
dolorosa al sepultar el increíble recuerdo de su primera novela.
Soy consciente de todo lo
escrito, del mismo modo que prometo que mi consciencia estuvo tranquila y
despierta (a duras penas) hasta la última línea. ¿Masoquista? No, pero deseaba
–vanamente- que en algún momento se produjera el milagro.
Valoración
personal (de 0 a 10): 5,9
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