Japón, finales del siglo
XVI. El país deja atrás la Era de los Estados en Guerra y se adentra en un
titubeante periodo de paz. Entre las víctimas del largo conflicto se halla
Seizô Ikeda, único superviviente del clan regente de la provincia de Izumo, huérfano a los nueve años tras
el exterminio de su casa. Hostigado por los asesinos de su familia y condenado
al destierro y al olvido, inicia un largo peregrinaje al amparo de Kenzaburo
Arima, último samurái con vida del ejército de su padre, convertido ahora en su
mentor.
En el otro extremo del país, Ekei Inafune,
un médico repudiado por aplicar las artes aprendidas entre los bárbaros
llegados de Occidente, se ve implicado en una conjura urdida a la sombra de los
clanes más poderosos del país. Una conspiración capaz de acabar con el frágil
periodo de calma que da comienzo.
Opinión: Llevo anotando
escrupulosamente todos los libros que he leído desde hace más de una década y,
a todos ellos, les otorgo una puntuación acorde con diversos aspectos:
argumento, modo de escribir, temática y, como no, sensaciones que me ha ido
dejando durante su lectura y, especialmente, al finalizarlo. En todos estos
años, hay libros que han conseguido una puntuación muy alta –recuerdo, por
ejemplo, El nombre del viento de Patrick Rothfuss, La ladrona de libros de Markus
Zusak o El lector de cadáveres de
Antonio Garrido- porque, al
terminarlos, mi mente y mis emociones estuvieron durante días en una especie de
limbo de la felicidad lectora.
El
guerrero a la sombra del cerezo es, sin duda alguna, el mejor libro que he
leído en los últimos cinco años, y las aventuras de Seizô Ikeda, Kenzaburo
Arima y Ekei Inafune, entre otros magníficos personajes, me han cautivado desde
la primera letra hasta la última.
David
B. Gil
ha escrito una obra maestra de la literatura y, aunque haya quien considere que
un libro de ochocientas páginas basado en el Japón del siglo XVI puede echarles
hacia atrás, sólo les sugeriría que se adentrasen en sus primeras páginas.
Seguro que les será absolutamente imposible dejarlo.
Valoración
personal (de 0 a 10): 9,3
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