martes, 2 de agosto de 2011

Los mossos, un servicio... ejem... público

Hace unos días hubo un desahucio en el barrio del Clot. A una familia que llevaba más de veintiséis años viviendo de alquiler en el mismo piso de la calle Andrade de Barcelona los echaron por la fuerza porque el Tribunal Supremo dio la razón a los propietarios del inmueble cuando éstos decidieron subir el alquiler más de 300%.
Ese día, el Clot se levantó con un silencio tenso. Vecinos, amigos y simpatizantes del movimiento 15-M se apostaron frente al edificio para mostrar su protesta ante tamaño abuso de poder y, de este modo, dar su cálido y físico apoyo a los cuatro miembros de la familia que, tras muchos años de litigios, veía como la incongruencia jurídica los echaba de las paredes que durante un cuarto de siglo habían estado limpiando diariamente.
Llegó la hora del desahucio y una amplia, extrañamente amplia, dotación de furgonetas de los mossos, apareció por las calles, bajando una gran dotación de miembros de la policía autónoma con su uniforme de “vamos a dar hostias” de gala, esto es, porra larga, cascos –que ya quisieran los defensores del fútbol americano para ellos-, chalecos y escudos de plástico duro. Frente a ellos, un centenar de vecinos y familiares cogidos codo con codo.
Y se inicia la carga. Las porras dan más vueltas que las aspas de los molinos, los mossos de cascos de rugby y pañuelos o pasamontañas tapándoles medio rostro pero dejando al descubierto sus ojos, esos ojos sin alma, sin humanidad, con esa mirada utilizada por los soldados alemanes que vigilaban los campos de concentración, y que mostraron al terminar la guerra cuando se justificaron frente a sus vencedores argumentando que ellos sólo cumplían órdenes.
Vecinos jubilados con golpes en la cabeza y sangre cayéndoles por la frente porque decidieron devolver alguno de los golpes que los mossos les propinaban, jóvenes arrastrados como fardos por la calle, agarrados por las axilas por manos enguantadas en guantes duros y negros.
Y todo eso salió por la televisión. Y mientras lo veía sentado en mi sofá, con la boca abierta, alucinado y sorprendido, una sola pregunta me taladraba la cabeza, sabiendo que nadie me la respondería… cuando la policía atacó tan duro, ¿a quién estaba defendiendo? Y, partir de ahí, se me agolpan las preguntas como; ¿debe ser tan duro con el público un servicio público como la policía cuando está “defendiendo” causas privadas? ¿desahuciar a una familia con violencia provoca sentimiento de culpa una vez llegas a casa o, quizás, se duerme como un lirón porque se han cumplido las órdenes dadas y, asimismo, con el deber? ¿Alguien podría explicarme de una vez por todas la diferencia entre derechos y deberes? Es que veo demasiadas veces que, cuando no cumples los deberes, muy derecho no te quedas.

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