miércoles, 25 de abril de 2012

Sentimiento culé



Un ser humano puede cambiar de religión, de afiliación política, de apetencias o preferencias sexuales –incluso puede cambiar de sexo-, de familia, de país de residencia, de pareja o de trabajo. Un ser humano puede cambiar su propia fisonomía con unas cuantas operaciones, puede cambiar de estilo en el vestir o en la música, de filias o de fobias, de dimes o diretes, pero todavía no he conocido a nadie que haya cambiado sus sentimientos hacia un club de fútbol, hacia unos colores, sean los que sean. No he conocido a nadie que, siendo del Betis se convirtiera en fanático del Sevilla, o que uno del Oviedo pasara a ser seguidor del Sporting de Gijón, o que…

Soy culé. Reconozco que no soy un fanático de los que no cenan cuando pierde, pero mi sentimiento es culé y mis colores son azulgranas desde pequeño. Y, aunque me cueste decirlo porque siempre he odiado los abuelos Cebolleta, por mi edad he vivido “épocas históricas” del club, esas épocas en las que preferías cruzar de acera antes que reconocer ante un seguidor de otro equipo que el último partido había sido una vergüenza y una agonía, épocas tipo Joan Gaspart o Enric Reyna como presidentes, el motín del Hesperia o la final de la Copa de Europa en Sevilla contra el Steaua, por citar algún ejemplo. Pero también he tenido el inmenso orgullo de vivir momentos realmente inolvidables. Puedes olvidarte de la fecha del cumpleaños de una persona cercana, de que tu pareja te ha dicho que, al salir del trabajo, pasaras por el súper o que ni que te maten te sale el nombre de ese actor que siempre has admirado, pero nunca olvidaré el primer partido de Cruyff como jugador del Barça, el gol de Koeman en Wembley, las otras finales de Champions ganadas, las diabluras de les Tres Bessones del fútbol como son Xavi, Messi e Iniesta, las ruedas de prensa de Guardiola y el sentimiento de cientos de miles de personas que, tras perder ayer contra el Chelsea, se levantaron y cantaron con todas sus fuerzas el nombre del club, como si fuera la palabra que consiguiera romper el maleficio que nos ha caído a todos los culés durante esta fatídica semana de pérdida de Liga y de la no clasificación para la final de una nueva Champions.

Soy culé què collons. Y como dice mi padre, más vale pájaro en mano que morir de pie.

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