Un ser humano puede cambiar de religión, de afiliación
política, de apetencias o preferencias sexuales –incluso puede cambiar de sexo-,
de familia, de país de residencia, de pareja o de trabajo. Un ser humano puede
cambiar su propia fisonomía con unas cuantas operaciones, puede cambiar de
estilo en el vestir o en la música, de filias o de fobias, de dimes o diretes,
pero todavía no he conocido a nadie que haya cambiado sus sentimientos hacia un
club de fútbol, hacia unos colores, sean los que sean. No he conocido a nadie
que, siendo del Betis se convirtiera en fanático del Sevilla, o que uno del
Oviedo pasara a ser seguidor del Sporting de Gijón, o que…
Soy culé. Reconozco que no soy un fanático de los que no cenan
cuando pierde, pero mi sentimiento es culé y mis colores son azulgranas desde
pequeño. Y, aunque me cueste decirlo porque siempre he odiado los abuelos Cebolleta,
por mi edad he vivido “épocas históricas” del club, esas épocas en las que
preferías cruzar de acera antes que reconocer ante un seguidor de otro equipo
que el último partido había sido una vergüenza y una agonía, épocas tipo Joan
Gaspart o Enric Reyna como presidentes, el motín del Hesperia o la final de la
Copa de Europa en Sevilla contra el Steaua, por citar algún ejemplo. Pero también
he tenido el inmenso orgullo de vivir momentos realmente inolvidables. Puedes
olvidarte de la fecha del cumpleaños de una persona cercana, de que tu pareja
te ha dicho que, al salir del trabajo, pasaras por el súper o que ni que te
maten te sale el nombre de ese actor que siempre has admirado, pero nunca
olvidaré el primer partido de Cruyff como jugador del Barça, el gol de Koeman
en Wembley, las otras finales de Champions ganadas, las diabluras de les Tres
Bessones del fútbol como son Xavi, Messi e Iniesta, las ruedas de prensa de
Guardiola y el sentimiento de cientos de miles de personas que, tras perder
ayer contra el Chelsea, se levantaron y cantaron con todas sus fuerzas el nombre
del club, como si fuera la palabra que consiguiera romper el maleficio que nos
ha caído a todos los culés durante esta fatídica semana de pérdida de Liga y de
la no clasificación para la final de una nueva Champions.
Soy culé què collons. Y como dice mi padre, más vale pájaro
en mano que morir de pie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario