En la noche del 24 al 25 de julio de
1938, durante la batalla del Ebro, 2.890 hombres y 14 mujeres de la
XI Brigada Mixta del ejército de la República cruzan el río para
establecer la cabeza de puente de Castellets del Segre, donde
combatirán durante diez días. Sin embargo, ni Castellets, ni la XI
Brigada, ni las tropas que se le enfrentan en Linea de fuego
existieron nunca. Las unidades militares, los lugares y los
personajes que en esta novela
aparecen son ficticios, aunque no lo sean los hechos ni los nombres
reales en que se inspiran. Fue exactamente así como padres, abuelos
y familiares de numerosos españoles de hoy combatieron en ambos
bandos durante aquellos días y aquellos trágicos años.
La batalla del Ebro fue la más dura
y sangrienta de cuantas se han librado en nuestro suelo, y sobre ella
hay abundante documentación, partes de guerra y testimonios
personales. Con todo eso, combinando rigor e invención, el autor más
leído de la literatura española actual ha construido, no ya una
novela sobre la Guerra Civil, sino una formidable novela de hombres y
mujeres en cualquier guerra: un relato ecuánime y fascinante donde
se recupera la memoria de nuestros padres y abuelos, que es también
nuestra propia historia. Con Linea
de fuego, Arturo
Pérez-Reverte sitúa con
sobrecogedor realismo al lector entre quienes, voluntarios o a la
fuerza, estuvieron, no en la retaguardia, sino peleando en ambos
bandos en los frentes de batalla.
Opinión:
¿Puede una novela bélica
convertirse, sin percibirlo, sutilmente, en una oda poética? ¿Hasta
qué extremo puede un autor llegar a ser domador del léxico para
transformar una novela que describe el horror de una batalla
encarnizada y, para más inri, con vocablos descarnados, a hechizar
al lector hasta un límite que, este mismo lector, sonría, llore,
padezca, se hiera e, incluso,
muera con cada una de las particulares historias que conforman Linea
de fuego?
Arturo Pérez-Reverte
es un maestro de la nigromancia léxica, con poderes para invocar los
espíritus agazapados de las palabras hasta convertirlas en plumas,
puñales, abrazos y balas según la ocasión lo exija.
No obstante, debo ser sincero y
hablar del sabor extraño que me dejó la finalización de la lectura
de Linea de fuego;
si los personajes, en lugar de llamarse Gines, Pato, Julián, Jaume,
…, se hubieran llamado Julius, Porta, Hermanito, Viejo, Gregor, …,
y si los hechos de la novela no ocurrieran en un inventado pueblo
llamado Castellets del Segre sino en un poblado ucraniano llamado,
por ejemplo, Kastelletskov del Dniéper, bien podría estar hablando
de una novela de Sven
Hassel.
Tras reflejar este detalle, no puedo
dejar de sacarme el sombrero – como casi siempre – ante la
hipnótica audacia literaria de Arturo
Pérez-Reverte y su
fábrica de palabras, al haber convertido una novela bélica, de casi
setecientas páginas, en una experiencia emocional, vital y
sobrecogedora.
Valoración personal (de 0 a 10).
8,3